¿¡TÚ NUNCA ESTÁS TRISTE, COÑO!? (I)
- marianotamagnini
- 1 jul 2014
- 3 Min. de lectura
Cuando llega la hora de la verdad, esa en que te sientas frente al ejecutivo de turno, le planteas retos y trabajas con su maravilloso Ser, tienes que abstraerte de todo, usar y abusar de la neutralidad, para aspirar a alcanzar un resultado óptimo, y concentrarte en constituirse en un medio idóneo para un fin, el objetivo buscado que te unió a esa persona que te mira, y que ahora se entrega a tu saber hacer, acompañar, colaborar...
De entre tantas anécdotas, recuerdo una muy interesante. Un alto ejecutivo, de una empresa muy importante de Madrid, con quien ya habíamos realizado unas cuantas sesiones, me espetó al verme entrar:
-¡Pero tú nunca estás triste, coño! Ni siquiera te veo enfadado o preocupado, deja de fingir, eh.
Interesante punto de vista para analizar esa preguntilla que ronda en los ambientes (mal) llamados de ayuda (aunque eso queda para otro post, si tercia), cuando se plantea a quienes gestionan procesos de coaching, formaciones de desarrollo y demás, cómo es que parecen no tener un día malo, que eso no es posible, que solo se trata de un autoengaño o pura postura para no espantar a los clientes.
Le respondo que una cosa es la emoción y otra, el estado emocional, y apelo a la vieja metáfora de aquel que se ve sorprendido por una furiosa tormenta de agua, esa lluvia torrencial que te pilla desprevenido y sin paraguas.
Ejemplo 1: "Estás con prisa por llegar de regreso a tu hogar luego de un día arduo de trabajo. Te sientes cansado/a y sin más deseo que descansar. Estás a la cola del bus que te lleva a tu casa, pero de repente comienza a llover. No tienes paraguas y comienzas a insultar por lo bajo (emoción) porque me estoy mojando íntegramente y considero que no es justo terminar la jornada laboral de esa manera".
Ejemplo 2: "Estás de vacaciones en una ciudad marítima, tu estado de ánimo (o predisposición para la acción) con seguridad es inmejorable y de repente, mientras estás paseando por la playa, comienza a llover. Echas una carrera, ¡es divertido!, para guarecerte y la primera emoción que te asalta es reírte (identificación del acontecimiento) de cómo te has mojado.
La diferencia entre el estado de ánimo y la emoción es sencilla, queda expuesta con claridad, ya que cuando nos referimos a la predisposición que tenemos para la acción, eso es estado emocional y en general es transparente para nosotros y, en cambio, la emoción surge con claridad cuando se ‘dispara’.
Aunque parezca mentira, el modo en cómo abordamos las emociones determina cómo será nuestro carácter y personalidad, abonando el terreno en definitiva de lo que será nuestra vida… y no sólo en el aspecto emocional, claro.
Por cierto, el ejecutivo se me quedó mirando y volvió a interrogarme:
-¡Coño! ¿Y cómo se logra eso? ¡Enséñamelo ya, por favor!
Reflexión asociada:
"No olvidemos que las pequeñas emociones son los capitanes de nuestras vidas y las obedecemos sin siquiera darnos cuenta".
Vincent Van Gogh
Aunque no seas consciente de ello, siempre te encuentras inmerso dentro de un determinado estado de ánimo, lo que hace que te predisponga a una mayor o menor acción hacia aquello que deseas para tu vida. En el primer ejemplo nos habla de una menor predisposición a la acción y el segundo, de una mayor.
La cuestión que surge se refiere a cómo abordas tus emociones y desde qué estado de ánimo, si las abordas con tus preconceptos, creencias, suposiciones, tradiciones, experiencias, juicios automáticos… o cómo.
La pregunta lógica es… ¿cómo se adquiere esta capacidad para manejar esos estados anímicos que nos ayuden en la búsqueda de la maestría personal?, o más específicamente: ¿es posible generar un estado de ánimo que siempre me sea propicio para lo que quiero obtener?
Parafraseando al lema de Obama para ganar las elecciones, digamos que 'yes, you can'..., pero ese camino solo puedes recorrerlo tú.
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