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EL VALOR DE LOS VALORES (II)

  • marianotamagnini
  • 8 jun 2015
  • 2 Min. de lectura

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El otro día un amigo me contaba que, en ocasión de ir a un parque temático, pagó algunos euros más para no tener que hacer cola, esos pass que habilitan a franquear las distintas atracciones sin demora.

Y continuaba su relato de forma curiosa. Decía que al entrar a la primera de ellas le avergonzó ver a tanta gente haciendo cola mientras él pasaba, orondo, directo al disfrute inmediato. Luego, conforme fueron transcurriendo más y más juegos, aquellas «sensaciones de culpa» se desvanecieron y solo quedaron las gozosas experiencias…

«Como los políticos», añadió para dar fin a su reflexión. «Supongo que ante los ciudadanos sentirán una primera oleada de pena y remordimiento, para dar pass a la euforia y el hábito gradual de saberse por encima de la simple gente de a pie… y disfrutar de ello a todos los niveles». ¡Genial!


Hace un tiempo escribí un libro sobre los valores que faltan en nuestra sociedad, a través de una fábula. Y uno de ellos me vino a la mente, nítido, en relación a esto: la solidaridad. Entendida aquí como ese sentimiento a través del cual una persona se siente unida a la causa de otra, un lazo social de participación, apoyo, fraternidad, compromiso, adhesión, ayuda o defensa, sin ningún interés añadido detrás, realizado solo por convicción.

Cabe aclarar que no se trata, jamás, de una dádiva, ni una entrega condicionada o interesada, ni mucho menos un intercambio.

Y hasta me permito un consejo: cuando das algo de ti de forma solidaria a quien de verdad lo necesita estás haciendo tu aporte a un mundo más equilibrado.


Sin cargar las tintas a los denostados políticos de la realidad que nos toca compartir, sí es cierto que cuando uno repasa los valores esenciales en esta sociedad moderna, encuentra variados ejemplos de la aplicación de antivalores en ellos, numerosos ejemplos que dan cabida a reflexiones tan interesantes como las de mi amigo.

Por cierto, ya lo decía Winston Churchill en una de sus célebres citas: «el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones». Hablaba de valores, claro.



 
 
 

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